El pasado jueves iniciamos un repaso por las distintas concepciones del amor a lo largo de la historia y nos detuvimos en el tiempo del Barroco.
Bécquer (1862)
Cerramos hoy la serie, transcurrido ya San Valentín, y comenzamos en el siglo XIX, con la idea de amor nacida en el tiempo del Romanticismo. El idealismo y espíritu exaltado de los hombres del nuevo tiempo los impulsa a vivir con desgarro sus historias, generalmente abocadas a la tragedia. Son amores imposibles, porque lo son a un ideal, como expresan los últimos versos de la Rima XI de Bécquer:
Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible:
no puedo amarte.
¡Oh ven, ven tú!
En ocasiones, el destino inevitable le arrebata la amada al poeta y este llora su dolor intensamente, como Espronceda en las inolvidables octavas reales del “Canto a Teresa”, en El diablo mundo:
¿Por qué volvéis a la memoria mía,
tristes recuerdos del placer perdido,
a aumentar la ansiedad y la agonía
de este desierto corazón herido?
¡Ay! que de aquellas horas de alegría
le quedó al corazón sólo un gemido,
y el llanto que al dolor los ojos niegan
lágrimas son de hiel que el alma anegan.
José de Espronceda
No obstante, el hombre romántico es un cínico y no tarda en torcer el gesto y en aflorar la ironía. Espronceda termina el poema con un cambio de rumbo y si perdió el amor, el poeta conserva la vida:
Gocemos, sí: la cristalina esfera
gira bañada en luz: ¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla, radiante el sol, la primavera
los campos pinta en la estación florida:
truéquese en risa mi dolor profundo…
que haya un cadáver más, ¡qué importa al mundo!
Rubén Darío
El Modernismo recuperó muchos de los temas del romanticismo, incluidos el amor y el erotismo, que son fuente inagotable de placer y se viven en este tiempo de forma sensual. Así, el joven Rubén Darío en Azul…:
Amor adolescente,
miradas y caricias;
cómo estaría trémula en mis brazos
la dulce amada mía,
dándome con sus ojos luz sagrada,
con su aroma de flor, savia divina.
En la alcoba la lámpara
derramando sus luces opalinas;
oyéndose tan solo
suspiros, ecos, risas;
el ruido de los besos;
la música triunfante de mis rimas,
y en la negra y cercana chimenea
el tuero brillador que estalla en chispas.
Dentro, el amor que abrasa;
fuera, la noche fría.
Ven, reina de los besos, flor de la orgía,
amante sin amores, sonrisa loca…
Ven, que yo sé la pena de tu alegría
y el rezo de amargura que hay en tu boca.
Así, los dos: tú, amores, yo poesía,
damos por oro a un mundo que despreciamos…
¡Tú, tu cuerpo de diosa; yo, el alma mía!…
Ven y reiremos juntos mientras lloramos. (…)
Joven quiere en nosotros Naturaleza
hacer, entre poemas y bacanales,
No solo eso. El poeta modernista también tiene una personalidad maldita que lo lleva por las calles de los amores y de los placeres prohibidos. Manuel Machado celebra en “Antífona” el sensualismo y el goce con una hetaira a la vez que su propia creación poética, y desafía al mundo biempensante con estos amores proscritos.
el imperial regalo de la belleza,
luz, a la oscura senda de los mortales. (…)
¡Ah! Levanta la frente, flor siempre viva,
que das encanto, aroma, placer, colores…
Diles, con esa fresca boca lasciva…,
¡que no son de este mundo nuestros amores!
El beso. Klimt
Llegamos ya al siglo XX, a los poetas de nuestra edad de plata, los de la Generación del 27, y el primero en nombrar con palabras bellas al amor fue Pedro Salinas. En este clásico poema, el amante inconformista y buscador constante de la verdad aspira a entender la esencia de la amada y una vez hallada, una vez observada con sus ojos fascinados, llevarla a ella al conocimiento de sí misma.
La Generación del 27. Imagen de Lasinsombrero
Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor, alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan sólo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.
Y que a mi amor entonces, le conteste
la nueva criatura que tú eras.
Si Salinas goza de la plenitud del amor, en Cernuda hallamos la vivencia dolorosa, el tormento del amor, ángel terrible, que pugna por ser aceptado, pero que vive en la clandestinidad y bajo el peso infinito de la represión.
Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.
La cubana Dulce María Loynaz expresa una entrega amorosa valiente, sin condiciones en este poema de juventud y también el deseo de un amor que esté a la altura:
Dulce María Loynaz
Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra…
Si me quieres, quiéreme negra
y blanca. Y gris, y verde, y rubia,
y morena…
Quiéreme día,
quiéreme noche…
¡Y madrugada en la ventana abierta!
Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda… O no me quieras!
Y del muy conocido Poema 20 de Pablo Neruda rescataremos la sensación de soledad inconmensurable…
(…) Puedo escribir los versos más tristes esta noche,
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. (…)
No podía faltar Octavio Paz, con “Cuerpo a la vista”, poema erótico en el que el amante accede al misterio profundo del mundo a través de la observación gozosa del cuerpo de la mujer amada.
Venus recreándose con el Amor y la Música
Tus ojos son los ojos fijos del tigre
y unos minutos después
son los ojos húmedos del perro.
Siempre hay abejas en tu pelo.
Tu espalda fluye tranquila bajo mis ojos
como la espalda del río a la luz del incendio.
Aguas dormidas golpean día y noche
tu cintura de arcilla
y en tus costas,
inmensas como los arenales de la luna,
el viento sopla por mi boca
y un largo quejido cubre con sus dos alas grises
la noche de los cuerpos,
como la sombra del águila la soledad del páramo. (…)
Terminamos la celebración del amor y de la poesía recordando a una de las voces más interesantes de la poesía española actual, Chantall Maillard. Con ella y con su experiencia amorosa trascendente nos fundimos en la idea de amor inasible, tan bella y huidiza como esa “nieve a punto de ser agua”.
Y si te quiero abierto
como el centro imposible de un mundo transparente,
si te quiero imposible, más allá de mis brazos
o la aurora que extiende un sueño en las tinieblas,
más abierto que el viento, más leve y más amante,
será porque mañana nos quisiera infinitos,
unidos como nieve a punto de ser agua.
Y es por eso que dejo resonar la memoria,
todas esas palabras de hilo que se enredan
en tu boca o la mía.
Cupido y Psique niños (1890). W. Bouguereau
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